Eso es lo que había, en aquella época, en casi todas las casas; libretitas en lugar de dinero. Libretitas más pequeñas que las que se usaban en el "cole" y que servían para que en ellas se apuntara el valor de lo que se compraba, tanto al carnicero, pescadero, frutero y en la tienda de comestibles; a primeros de mes cuando mi padre cobraba su escaso sueldo, mi madre pagaba lo que debía, y ...a empezar otro mes; ese era el dinero que yo veía en casa; las libretitas.
Al principio de la única c/ que había en Las Minas del Castillo, había unas especies de accesorias a las que, el carnicero, pescadero y el de la frutas y verduras, venían todos los días con unos burros con angarillas en las que traían los productos que vendían; a medio día se iban, supongo que serían del Castillo de las Guardas.
Me gustaba ir con mi madre a comprar, las libretitas las tenía guardadas en un cajón del tocador, y con la repajolera gracia que ella tenía le decía a este cajón, el "monedero" y me decía " coge la libreta del pescado", yo iba al " monedero" y , no había equivocación posible, la libreta que tenía algunas escamas era las del pescado, la de la carne tenía alguna mancha de sangre y la de las verduras, unas manchas de un color indefinido que podían ser verdes. Aún había otra libreta, con sus correspondientes manchas de aceite; la de la tienda de comestibles, que estaba francamente, bien puesta y vendía de todas clases de comestibles, especias, el terrible pan de máiz ( la borona), todo lo que se pueda encontrar en una mercería y hasta alpargatas blancas para el verano y zapatillas de fieltro para el invierno. La tienda era larguísima, se accedía a
ella a través de 4 puertas y lógicamente tenía un largo mostrador. El dueño se llamaba Andrés , tenía 4 hijos, un chico y tres chicas, la 2ª de las chicas se llamaba Sebastiana, era preciosa, tenía un pelo rizado que era mi envidia; entre todas las amigas que tuve, era para mi la mejor, siempre la recuerdo con cariño.
En cuanto a las célebres libretitas, gracias a ellas y al economato de la Guardia Civil, no pasamos hambre en casa, aunque no teníamos dinero para otras cosas, como las frutas, que eran muy caras, los embutidos y los pasteles, por el mismo motivo. Mi madre, como todas las madres que no disponían de dinero, para comprar artículos de " estraperlo", hacía auténticos " milagros" con los artículos del que disponían. Recuerdo que los Sábados y Domingos eran días extraordinarios para mi, porque hacía de postre, para cenar, un día arroz con leche y al día siguiente natillas; como en aquella época
no había frigoríficos, ni siquiera neveras, mi madre ponía en el poyete de la ventana del dormitorio, los 4 platos con el postre, uno para cada uno de nosotros, para que se enfriara, y yo les daba mil vueltas , cuando la tentación era superior a mí, le daba un sorbito al filo del plato para que no se notara, pero cuando me dí cuenta que de tanto sorber, la señal del filo del plato iba hacia abajo, puse mi imaginación en marcha y sorbí en todos los platos hasta conseguir que todos presentaran el mismo aspecto. Cuando fuimos a cenar y mi madre puso en la mesa los platos con natillas, todas las miradas se posaron en mí y yo, con bastante cara dura, les expliqué, que al enfriarse las natillas se encogían; vi como mis
padres se volvían y sus espaldas se movían; ahora comprendo que se reían de mi "salida", luego se volvieron hacia mi y mi padre más serio que un fiscal me dijo, que las natillas se habían encogido porque yo había sorbido de los platos, que si hubiera dicho la verdad, no pasaba nada, pero como había mentido, ahora no comería natillas y tuve que ver, como mi hermana se comía mis natillas y las suyas, mientra yo pensaba que bueno, yo ya había tomado natillas antes que nadie. De todos modos nunca más volví a sorber en ningún plato para que no se notara. Mi padre, sin ponerme la mano encima, castigó mi gula.
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